martes, julio 24, 2007

OTOÑO





Tengo mucho frío a pesar de estar en mi cama. El informe del tiempo en televisión no fue muy alentador. 3 grados bajo cero para el amanecer. Un pequeño adelanto del gélido invierno que se vendrá. Para peor, es día Lunes, el odioso comienzo de semana que no muchos aman, pero en el que todos renacen como el ave fénix (después de un merecido descanso).. el día de "las nuevas oportunidades" como decía mi viejo. El hombre más sabio y caballero que he conocido. Realmente lo extraño, al igual que a mi viejita y su exquisito Pie de Limón. Nadie lo hace como ella. Hace días que me encuentro melancólico, extrañando a mis seres queridos, el calor de mi hogar en el sur, queriendo forjar mi vida cerca de ellos, pero me ha sido imposible. Estoy a kilómetros, lejos, en una ciudad extraña, tratando de comenzar a crear mi historia como lo hicieron mis padres hace muchos años. No ha sido fácil, pero no puedo negar que he conocido otras cosas, nuevas experiencias y estilos de vida. Otras calles, otros monumentos y otros aromas. Sin comentar las frías mañanas de acá, como esta precisamente, que en algo me recuerdan a mi querido sur y que lentamente he tratado de soportar.
Salgo de mi cama. El frío es atroz. Enciendo mi pequeña estufa eléctrica, que en algo combate a la punzante temperatura de mi habitación. Me lavo, me visto y me dirijo a mi trabajo. Por suerte, cada día desayuno en la empresa, donde me he forjado una gran amistad con mis colegas y que silenciosamente me ayuda en mi soledad. El almuerzo igual lo comparto allí, contando cada uno sus anécdotas del fin de semana. No me puedo quejar, me siento muy bien cuando estoy en mi trabajo, aunque igual preferiría estar con mi gente en el sur.
Pasa el día. Salgo de la oficina, después de otra jornada laboral. La noche caerá en menos de una hora. El húmedo cemento de las calles, las hojas anaranjadas en el suelo, los viejos faroles recién encendidos y el tímido, pero heladísimo viento otoñal, me esperan afuera del edificio corporativo. Procuro protegerme bien con un viejo gorro de lana que me tejió mi abuela hace un par de años y que curiosamente combina bien con mi abrigo nuevo, además de unos guantes de cuero algo gastados que pertenecieron a mi Padre en su juventud. Debo caminar algunas cuadras para llegar al Metro y debo decir que ese trayecto, en estas condiciones, es algo tortuoso para mi. Nunca fui muy amigo de las heladas invernales. A pesar de ser sureño de tomo y lomo, me destacaba entre mis pares por ser "friolento" (Defecto heredado de mi Madre) y muchos de mis amigos se burlaban de mi cuando, siendo un día relativamente fresco, salía a jugar con un sweater porque no soportaba el frío viento de aquellas tardes cercanas a la primavera. Por el contrario, no me complica tanto la lluvia (Que es una marca registrada en mi ciudad de origen), porque cuando llueve, generalmente la temperatura es un poco más alta y por lo demás es soportable, solo te cubres bien bajo un edificio y listo. Puedo tolerarla fácilmente, e incluso en muchas ocasiones la prefiero, como en esta, aunque no tenga un paraguas a mano. El informe del tiempo en televisión no pronostico chubascos, así que tendré que luchar contra esta fría tarde. No me queda otra, la lluvia será para otra oportunidad. Además ya queda poco para llegar a la estación.

Acabo de llegar a la esquina de la avenida principal. Al frente, cruzando una burda aglomeración de vehículos y autobuses, se encuentra el parque del centro. Aquella floresta que cada día cruzo, tanto en las mañanas como en las tardes. Adornada con hermosos faroles metálicos en sus senderos, algunas bancas de madera algo deterioradas por los años y con una infinidad de hojas muertas, como cual alfombra color ladrillo, sobre los extensos prados y caminos humedecidos por el rocío pre-nocturno.

Cruzo la calle y llego a la entrada del parquecillo. La humedad es evidente, se siente en el aire, pero me agrada. No me incomoda en lo absoluto. Avanzo por aquel sendero algo mojado, hundiéndome levemente entre el fango, marcando mi trayecto a mis espaldas y buscando no deslizarme y perder el equilibrio, ya que percibo que la planta de mis zapatos se resbala tímidamente sobre aquella superficie. Incluso en algunas ocasiones debo saltar para no caerme. Ya estoy a punto de llegar a la estación que me espera algunos metros más allá. La tarde se esta apagando a cada minuto, ocultándose el sol detrás de algunas grotescas nubes grises en el cielo. Desde mi posición, veo aquel letrero luminoso tan característico de la compañía del metro, iluminado por una pequeña ampolleta en su interior y dándole la bienvenida a todos los usuarios que ingresaban indiscriminadamente sobre su portal. De hecho, cuando mi mirada se dirige hacia ese sector, descubro entre la gente, en uno de los bordes de la entrada, una pequeña figura femenina, de mirada triste, despreocupada de su entorno y liberando algunas lagrimas, las cuales se deslizan sobre sus mejillas. Debo reconocer que es una de las criaturas mas hermosas que he visto jamás y me llama la atención su tristeza. Con algo de incredulidad me acerco disimuladamente. La quedo mirando fijamente, pero sin parecer pervertido. La chiquilla se da cuenta y me devuelve la mirada algo sorprendida.

-Hola. -le digo-

-Hola. -me responde un poco asustada-

-Mira... se que no me conoces, pero.. no pude evitar notar tu tristeza. Si es que tienes tiempo, te invito a tomar un café en la esquina, para que te olvides un poco de tu sufrimiento.

La joven estuvo callada algún rato. Después de ello, me mira fijamente y acepta mi invitación como si me conociera durante muchos años. Con una tierna sonrisa abandona su posición y me acompaña a charlar, acompañados de una exquisita taza de café. Mientras camina a mi lado, se seca sus lágrimas con la manga de su abrigo. Ya no respira agitadamente. Al parecer se tomó las cosas con calma y silenciosamente se concentra en su trayecto. No cruzamos palabra alguna, como si de un mero tramite se tratara. Al final, cuando llegamos a una vieja cafetería de grandes ventanales, algunos pasos más allá de la estación del metro, nos paramos uno al frente del otro. Cortésmente le abro la puerta de vidrio y la invito a entrar al inmueble. Ella acepta gustosamente y me agradece mi gestión. Finalmente, dentro del local, nos sentamos en una pequeña mesa junto a un enorme ventanal, cubierto por una pequeña cortina de lino. Somos los únicos en el salón. El silencio es nuestro acompañante durante algunos minutos. No tengo idea de como reaccionar, de que forma comenzar una breve charla o de que palabras utilizar para romper el hielo. De hecho, ahora me pregunto de como fui capaz de acercarme tan valientemente e invitarla como si nada. Aun no me lo explico. Por otro lado, creo que ella también tiene las mismas interrogantes en su cabeza. No tengo la mayor certeza de ello, pero según como me mira y de como juguetea con sus dedos, me da la sensación de no saber que paso seguir.

Al poco rato, llega una joven, de no más de un metro sesenta, de grandes ojos negros y de una cabellera lisa y oscura que deja caer sobre sus hombros. De un pequeño delantal blanco que viste, retira de un bolsillo canguro una pequeña libreta de anotaciones. Nos pregunta sobre nuestro pedido. Mi compañera pide un capuccino, yo por mi lado deseo tomar un cortado, y es eso lo que pido. La joven se retira y desaparece detrás de un mostrador algunos metros mas allá, dejándonos otra vez solos en el local. Silentes. Observándonos el uno al otro.

Su belleza me mantiene hipnotizado. No parece una supermodelo ni nada parecido, pero sus rasgos delicados me terminan de maravillar. Su pequeña y puntiaguda nariz, sus infantiles ojos color miel y sus carnosos y rosados labios, acompañados de algunos coquetos rizos castaños cubiertos por un simple gorro estilo ruso, se complementan armónicamente, a pesar de que las huellas de la tristeza no se han borrado todavía. Calculo que debe tener alrededor de veinte años o más. Posiblemente es una estudiante universitaria, o eso parece ser. Descarto esa idea porque no le veo bolso alguno. A lo mejor le rompió el corazón algún amor pasajero. Quizás no es de acá y se encuentra perdida en la gran ciudad. No lo se. Son muchas las preguntas que me hago y que deseo consultarle, además sé que me servirán para romper el hielo, pero veo que ella se me adelanta y lo quiebra primero. Siento que desde ahora podremos charlar tranquilamente, después de un largo periodo de estudiarnos físicamente.

- Gracias por invitarme. -me dice-

- De nada.... -silencio- disculpa... ¿Como te llamas?

- Catalina.

- Muy lindo nombre... ¿Sabías que es un nombre griego y significa pureza?..

Veo una pequeña sonrisa dibujada en su rostro.

- Pues, parece que no es mi caso. -me responde de una forma que me parece irónica-

Me quedo callado.

- Es broma... no sabía que mi nombre significaba eso.

Dejo salir una pequeña carcajada. Mi compañera me acompaña, riéndose de sus palabras también. Siento que la atracción es mutua, a pesar de que nuestra charla no superaba en interés a las conversaciones infantiles y de que nunca nos habíamos visto. No recuerdo cuando fue la última vez que sentí esto por otra persona, pero esa sensación de encantamiento mutuo siempre es una experiencia enriquecedora y por lo demás autocomplaciente para cada una de las partes.

- ¿Como te llamas?, me pregunta.

- Andrés.

- Andrés, -me responde moviendo su cabeza - hace mucho tiempo que no me encontraba con alguien que se llamara así, tu sabes, como tu nombre se usa generalmente después del primero...

- Si... jeje, - le digo - es bastante común como segundo nombre, aunque igual se usa mucho como primer nombre... de hecho mi papá se llama así y mi abuelo se llamaba Andrés también..
Ambos sonreímos tímidamente. Continúa un rato de silencio.

- Andrés, ¿Qué haces de tu vida?.

- Trabajo en una empresa de informática. En el área de soporte. Soy Ingeniero Informático de profesión....

- Que bien. - me dice mientras pierde su mirada hacia el ventanal -

Alguien nos interrumpe sorpresivamente. Es la muchacha del café. Amablemente organiza todo sobre la mesa y deposita cada una de las tazas con su respectivo vasito de soda, un par de galletas de coco y servilletas para cada uno. Mi compañera decide beber la soda como primera instancia y posteriormente procede a degustar sus galletas. Yo me tomo las cosas con más calma, empezando por el cortado y luego alternando con la soda. Las galletas las agrego después de beber el último sorbo de mi soda. A esas alturas, mi compañera había terminado con lo suyo. Silenciosamente se levanta y me indica que irá al baño y que volverá enseguida. Mientras la veo caminar por un estrecho pasillo junto al mostrador del local, trato de imaginar sobre su vida, especulando nada más. Aún me revuelve en la cabeza la imagen de Catalina llorando junto a la entrada del metro, con su mirada distante y su semblante apagado. No creo que sea prudente preguntarle con respecto a ello y el porqué se encontraba en esa situación, pero esa escena fue la instigadora a que me acercara y la invitara a beber un capuccino. Por otro lado, ella debe pensar lo mismo y solo se encuentra expectante a que le comience a hacer preguntas. Es un riesgo que debo tomar, creo que ella me interesa, por lo menos físicamente me atrajo, y si decido continuar más allá, es necesario conocerla un poco más y porque no, si le puedo brindar mi ayuda con respecto a su tristeza, la única forma de hacerlo es saber que le pasó. Ahora acabo de terminar mi última galleta, junto con el cortado. Ya no me queda nada más que esperar a mi invitada.

martes, abril 17, 2007

POR QUE?


¿Qué es lo que esta pasando en este mundo?.




¿Estaremos cerca del fin?.




¿Realmente estamos haciendo lo correcto, o estamos realmente equivocados?.





¿Creemos que todo está bien?.












¿Realmente valdrá la pena dejar en las manos de estos lideres nuestro destino?







¿O estos otros lideres?.







Sin embargo.... solo desean más poder del que tienen......



Nos engañan con su demagogia barata, hacernos creer que son parte de nosotros y sus eternas promesas de un mundo mejor...



Siendo los titeres de los "verdaderos lideres".........






...y desgraciadamente ellos ni nadie "quieren hacer algo"...



.... solo conformarse con lo que existe.......


.....con las mentiras de los noticiarios.....


.....con el control y manejo desvirtuado de la información que nos ciega a la verdad......


.....con entregarnos una mediocre educación para que no seamos exigentes con el sistema.....


... y lo peor de todo ... es que si no hacemos algo, si no abrimos nuestros ojos y entendemos lo que realmente ocurre en el mundo, en nuestro hogar......... dejaremos que pasen muchas cosas horribles.....






Más pobreza...








Más hambre.....




Más odio......




Más violencia......


Y lo peor de todo, es que son ellos los que sufren y sufriran....








Asi que atentos, porque si no hacemos algo para cambiar al mundo... nuestra herencia sera esto....






El fin......



¿Quieres eso para tus hijos?



Yo por lo menos no.

Pero mi mayor temor es ser el único que cree eso......





lunes, abril 09, 2007

EN EL CAMPO DE BATALLA




El cielo estaba teñido de color gris. A lo lejos, el sonido de un trueno viajaba gracias al eco, retumbando los oidos de la campaña. Aquellos jovenes soldados atravesaban los escombros de la ciudad, viendo como colgaban las techumbres de las casas y escrutando los muros desarmados y acumulados junto a sus respectivos edificios. El humo aún se sentía en el aire, acompañado del olor repugnante de los cadaveres y de la sangre estancada en los charcos y los lejanos aullidos de los perros y los gritos desesperados de la batalla, erizaban los pelos a los noveles conscriptos.

Estaban solos. Perdidos entre esa desconocida ciudad. Su capitán había caido algunos dias atras y antes de morir le pidió a Montesco que se hiciera cargo. Este por su parte no se sentía capacitado para asumir el control de sus compañeros, pero como última voluntad de su superior, aceptó sin preambulos dicha responsabilidad. A algunos no les había parecido prudente dejar a cargo a un hijo de inmigrantes mexicanos, pero de igual forma aceptaron aquellas condiciones. Era preferible tener a alguien a cargo que estar caminando sin rumbo, aunque fuera un pequeño latino de poco caracter.

La noche ya estaba sobre ellos. El frío invernal penetraba hasta sacudir sus huesos y a ratos, sus estomagos se retorcian, debido a la falta de comida. Montesco, al ver estas dificultades y notar el cansancio del pelotón, decidió que pasarían la noche en las ruinas de un viejo almacen. Aquel edificio era el único que aún poseía techo y sería perfecto para evitar la inminente lluvia que caería en cosa de minutos. Un viejo contenedor de gasolina, oxidado y algo humedo, sirvió para improvisar una fogata que permitiera calentar en algo a los soldados. Algo de calor proporcionaba, porque al poco rato, cada uno se alejó en su perimetro, formando un semicirculo alrededor del barril. Solo faltaba la comida y desgraciadamente la última ración se había consumido a mediodía. Montesco envió a dos conscriptos a recorrer el perímetro y buscar algo comestible. A regañadientes, ambos soldados se levantaron de sus puestos y abandonaron el lugar, desapareciendo entre las sombras. Montesco se sentó a espaldas de una deteriorada columna de concreto, un poco alejado de la fogata. Su mirada recorrió cada centimetro del inmueble. Las sombras algo tenebrosas que caían sobre las ruinas, eran perfectamente definidas, gracias a la tenue luminosidad de las llamaradas y considerablemente alargadas y delgadas, simulando largos y articulados brazos fantasmales. Sus otros compañeros descansaban, algunos al igual que el, apoyados en alguna columna, otros descansado horizontalmente en el suelo. Cada uno buscaba su comodidad y en algunos casos era tanta que más de algun soldado dormitaba placidamente, esperando el regreso del resto. Montesco, al igual que sus conscriptos, se acomodó lo más que pudo y trató de dormir algun rato. Finalmente, un sueño profundo le hizo bajar la guardia. Logró dormir por un buen rato.

Un grito dentro de su cabeza le despertó. La oscuridad era completa. La llama se había consumido y alrededor suyo, las tinieblas y el frío sepulcral le hacían compañia. Buscó en uno de los bolsillos de su chaqueta militar, buscando una pequeña linterna. Al parecer las baterías estaban agotadas, ya que ni con golpes logró encender la lamparilla. Un viejo encendedor en su bolsillo derecho del pantalón era lo único que le dió luminosidad. Estaba solo. No habían llegado los dos exploradores. Tampoco estaba el resto de la compañia. Solo el tambor oxidado con restos de cenizas. Eso le desconcertó. Pensó que le habían abandonado por su condición de "favorito del capitán". Quizas fueron a buscar a sus compañeros. No lo sabía. Lo único que realmente tenía claro era que estaba solo. Que debía avanzar. Y tratar de llegar a su "destino".

Estaba completamente aislado. Su radio había fallado hace algunos dias y desgraciadamente uno de los exploradores tenía una. Pero de qué le serviría. No sabía nada de su campaña.

Se puso su mochila a las espaldas y emprendió su camino. No quería quedarse solo en aquel lugar. Había visto muchas cosas desde el comienzo de la guerra y sabía que andar solo en cualquier lado, sería una sentencia de muerte. Quedaba muy poco para llegar al campamento y debía emprender el rumbo más que rapido. esperaba que sus conscriptos estuvieran sanos y salvos, esperandole, como buenos soldados, aunque no estaba muy seguro de ello.

Andaba a tranco largo. Pasando sobre los montículos de tierra y los restos de chatarra de viejos autos abandonados. La oscuridad, aunque trataba de aplacar con el pequeño encendedor, era intimidante y ante la infinidad de ruidos similares a susurros y de los extraños gritos de la guerra a lo lejos, esta parecía acrecentar el miedo dentro del joven soldado. Tarde o temprano, la pequeña llamita se consumió. Montesco insistió en vano recuperar su pequeña luz, pero el gas combustible se había agotado. Ahora todo estaba teñido con el color de la noche.

Se vio obligado a disminuir su velocidad. Debía medir y calcular sus movimientos para evitar tropezarse, o peor aun, esquivar una posible caída a algun fozo, teniendo en cuenta la excesiva existencia de estos en toda la región, gracias a las constantes batallas. No paro en ningun momento a descansar. Parecia que llevaba horas caminando y que no hubiera avanzado nada, pero en realidad habia dejado un buen trecho a sus espaldas, pero no tenía la posibilidad de confirmar eso. Más de alguna vez perdió el equilibrio, debido a las imperfecciones del camino y con alguna dificultad se logro poner de pie, pero esos pequeños incidentes solo le hacian perder tiempo y lograban que se desesperara y buscara terminar luego con su travesía.

No supo cuanto tiempo pasó, ni cuanto camino había recorrido, pero ante el y despues de un largo rato, emergió entre las sombras una gigantesca silueta parecida a una casa. Aquella enorme sombra sin una textura reconocible, interrumpía el viaje de Montesco a su base. La enorme embergadura de la casona intimidó al conscripto, el cual pensó en la posibilidad de que estuviera en posesión del enemigo y lo peor de todo eso, era que se encontraba solo y que se podría convertir en un blanco fácil. Trató de acercarse en completo silencio, arrastrandose sobre el accidentado terreno, con la esperanza de lograr vislumbrar entre las tinieblas algun camino alternativo sin la necesidad de acercarse mucho al inmueble. Al arrastrarse, sentía a las piedras, botellas quebradas y tablas, entre otros objetos, como rozaban su pecho y sus hombros, a pesar de estar protegido por un chaleco antibalas. Era una sensación incomodísima, pero estaba acostumbrado a esas eventualidades, ya que fueron muchas las veces que se enfrentó a cosas aun más desagradables que esa y lo único en lo que pensaba era en su objetivo. Cada paso dado era tiempo invertido en su trayecto. Ya se encontraría descansando en una camilla, dentro de su carpa, y con un poco de suerte, bebiendo un buen café para aplacar el frio. Esa escena le motivaba a sufrir algunas penurias, penurias que pasarian al olvido llegando a su refugio.

Repentinamente, no pudo continuar. Algo o alguien le agarraba de su cinturón. Con sorpresa se encontró enganchado a un tubo metálico sobresaliendo del terreno, el cual extrañamente se acomodó a la altura de su ombligo. Su desesperación y poca paciencia hicieron que sus movimientos fueran torpes y sin lógica, sin siquiera en considerar la posibilidad de soltar su correa, lo cual hubiera sido la solución más obvia, pero el temor a estar cerca de aquella casa y que estuviera habitada por el enemigo, encegueció su mente, nublando sus ideas. Sin dejar de lado el hecho de que estuviera haciendo más ruido del que debía hacer.




Y fue ese ruido el que le delato. Logró zafarse de su cautiverio, pero a cambio de eso, el enemigo agolpado dentro del viejo caseron se precipitó por la puerta con una violencia que les caracterizaba por sobre el resto. Montesco estaba paralizado. Sabía la ferocidad del enemigo y que era un grave error enfrentarlos sin una numerosa compañia.




A pesar de estar en contra ante una interminable fila de individuos que aparecian tras el oscuro marco de la puerta, apuntó su fusil hacia el gentío, descargando toda su furia hacia ellos. No sabía si disponía de más municiones ni cuanto le quedaría en su arma, pero con toda su rabia y miedo contenido, disparó a todas direcciones frente a el, buscando impactar a sus enemigos y a la vez aturdir al resto para poder huir. Sin embargo y sin siquiera percatarse en su momento, vio como le cerraban el paso a su alrededor. Cuando Montesco se dió cuenta que estaba perdido, su corazón se aceleró con terror. Recordó a su familia en la vieja parcela costera donde creció y de como su querida madre le tejía unos hermosos chalecos para el invierno. Recordó su primer beso y de como palpitó su corazón aquella tarde. El día que terminó sus estudios y de aquella increible fiesta de despedida y el día que nació su hermanita menor en aquel antiguo hospital. Muchas escenas se le vinieron a la mente. Todas agradables. Todas truncadas por la guerra, una guerra que nunca quedo clara como empezó, pero que lentamente exterminaba a la raza humana. Lo peor era que esas "criaturas" heredarían todo y vagarían errantes sobre aquella tierra inerte. Era cosa de tiempo, pero en el caso de Montesco, su fin había llegado.




Disparó hasta que no tubo balas. No tenía donde escapar. Ahora sabría lo que sintieron sus seres queridos al morir.




"Malditos zombies"..... fue lo último que pensó. Un hachazo en su frente apagó su vida.